Al establecimiento de vínculos afectivos que se forman con personas significativas se le denomina apego; la conducta de apego es cualquier forma de conducta que tiene como resultado el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo claramente identificado, al que se le considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo. Bowlby, J. (1995) hace referencia al vínculo del niño con su madre (al que tradicionalmente se conoce como dependencia), como el resultado de un conjunto de pautas de conducta que se desarrollan en el entorno corriente durante los primeros meses de vida y que tienen el efecto de mantener al niño en una proximidad más o menos estrecha con su figura materna.
Además, el autor, también plantea que el apego es algo más que la interacción y la conducta, es un lazo afectivo persistente y enfocado de manera específica, y la conducta de apego es el medio para la formación y mantenimiento de dicha liga. El proceso de formación del apego sigue un orden que implica un desarrollo gradual, así como cambio cualitativo. Los cimientos de cómo se va estructurando la personalidad de una persona se construyen con base a la figura de la madre, la cual proporciona al ser humano las aptitudes necesarias para formar, mantener y crear lazos emocionales íntimos con personas significativas a lo largo de la vida, estos lazos tienen diversas formas y matices, sin embargo los más fuertes se establecen con las personas amadas.
El modelo del apego hacia otros se basará en el aprendizaje del apego hacia una figura específica, por lo tanto, quienes formen una relación más estrecha con su figura de apego basada en la confianza y en la seguridad, serán aquellos que disfruten un mayor número de relaciones con otros.
En los primeros cinco años de vida es en donde se colocan las bases que determinarán la futura estructura de la personalidad y comportamiento, puesto que es en esta etapa donde se le proporcionan al individuo la estructura para la vida.
Específicamente, durante el primer año de vida, la figura materna es la que lleva a cabo el papel fundamental en el desarrollo armónico del niño. El recién nacido considera a la madre como una prolongación de sí mismo, fuente de satisfacción de sus propios deseos y necesidades. La madre le proporciona ante todo nutrición física y emocional, lo importante es que lo tome en brazos con cariño mientras lo alimenta, de forma que el niño perciba el contacto físico con ella como gratificante. La presencia constante de esta persona adulta, interviniendo positivamente cada vez que el niño encuentra una dificultad ayudándole en la superación de sus miedos y en el logro de sus objetivos, favorece que el niño desarrolle un sentimiento de seguridad. De esta forma, la madre integra con sus actos (suaves, amorosos y pacientes) las capacidades todavía muy limitadas.
No debe dejar de tomarse en cuenta, que la relación inicial que se crea entre madre e hijo es vital y de suma importancia para el desarrollo físico y emocional del bebé, ya que servirá de "modelo" para otras relaciones futuras. Además de la nutrición física, la figura materna proporciona alimento cognitivo para las actividades motoras, sensoriales y mentales del niño: cada vez que interacciona con él, cuando juega, lo toma en brazos, le enseña cosas, le canta, le deja explorar la cara y su pelo, le habla, le mueve los brazos o las manos, le proporciona objetos para jugar, le ayuda a cambiar posición, etc. La madre, sin tener a veces conciencia de ello, estimula y crea las condiciones favorables para la manipulación y la exploración del ambiente.
Lic. Carla García Aldrete
Psicóloga
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